Por Jesús Anaya Rosique
Decía Igarza (en el libro que reseñamos el jueves pasado) que la creciente digitalización de nuestra vida es asimilada en formas diferentes según la generación de usuarios a la que pertenecemos. De una parte, la generación que ha crecido en un entorno predominantemente digital: jóvenes que se intercambian sin interrupción correos electrónicos, archivos digitales (música, videos, mensajes cortos de textos en chats o por celular), en formatos breves y sintéticos, con nuevos lenguajes híbridos, impuestos por la inmediatez, el desplazamiento constante y la economía de esfuerzo. Estos son los “nativos digitales”. Con la llegada de internet y casi a la vez de los teléfonos celulares, fue posible enviar mensajes de texto que exigen destrezas para las cuales los adultos (llamados ahora “inmigrantes digitales”) no están preparados.
La brecha parece ser mucho más honda: dos códigos, dos espacios de intercambio diferentes. Los “nativos” usan una tecnología digital que invade casi todas sus actividades diarias; tienen un conocimiento de la realidad resultado más de una apreciación mediatizada que de una observación directa. Mientras tanto, los “inmigrantes” se acercan a un mundo que no es en el que aprendieron a vivir y tienen que adaptarse a las reglas del nuevo juego. Continúan procurando información controlada de fuentes limitadas antes que recibirla de fuentes multimedia múltiples, que no consideran seguras. A diferencia de los “nativos”, que prefieren el procesamiento paralelo y multitarea, los “inmigrantes” eligen tareas unitarias o acotadas, usan textos antes que imágenes, sonidos y videos. “El texto es información organizada lineal, lógica y secuencial, muy distante de la información multimedia hipervinculada”. Los “nativos” procesan imágenes y sonidos más que textos, se concentran en fuentes audiovisuales, animaciones y simuladores, suelen interactuar en red, simultáneamente con otros; para ellos, “ser es, ante todo, comunicar”. Su tiempo de ocio consiste en descargar música en formatos digitales, coleccionar fotos vía internet, ver videos cortos en sitios como You Tube y al mismo tiempo chatear. Necesitan una dosis elevada de (hiper)actividad, pasan tantas horas inmersos en el entorno digital que su visión de la realidad proviene del arduo trabajo de dar significación al conjunto de fragmentos que consiguen retener durante sus intensas navegaciones en internet.
El contraste generacional reside también en los modos de procesar la información. Los “nativos” se han formado en la no linealidad, asumen con facilidad los guiones lúdicos multimedia y los juegos interactivos. Estas experiencias exigen un nivel de percepción de milésimas de segundo y aprender a tomar decisiones todo el tiempo muy rápidamente para “ganar” o “sobrevivir”. En el mundo virtual se evidencia más la vulnerabilidad de los “inmigrantes” para conectar los nuevos contenidos y los conocimientos anteriores.
A falta de resultados concluyentes (“en definitiva la era digital acaba de comenzar”, señala Igarza), existen más presunciones que explicaciones sobre el comportamiento de los “nativos digitales”. Puede pensarse también que las consecuencias de una interacción intensiva “no puede no tener efectos sobre los procesos mentales y sobre la forma de adquirir conocimientos” (cf. Abel Grau, “Internet cambia la forma de leer… ¿y de pensar?”, en El País, 10/10/2008).
Si “el sentido más profundo de las mutaciones en curso en la edición es el reemplazo de estrategias para atender la demanda de libros (en cualquier soporte)”, ¿no implica la urgencia de investigar los comportamientos lectores de las nuevas generaciones? Esta preocupación, entre muchas otras, quedó flotando en el reciente Foro sobre la edición digital (www.foroediciondigital.com).
anaya.jess@gmail.com
Decía Igarza (en el libro que reseñamos el jueves pasado) que la creciente digitalización de nuestra vida es asimilada en formas diferentes según la generación de usuarios a la que pertenecemos. De una parte, la generación que ha crecido en un entorno predominantemente digital: jóvenes que se intercambian sin interrupción correos electrónicos, archivos digitales (música, videos, mensajes cortos de textos en chats o por celular), en formatos breves y sintéticos, con nuevos lenguajes híbridos, impuestos por la inmediatez, el desplazamiento constante y la economía de esfuerzo. Estos son los “nativos digitales”. Con la llegada de internet y casi a la vez de los teléfonos celulares, fue posible enviar mensajes de texto que exigen destrezas para las cuales los adultos (llamados ahora “inmigrantes digitales”) no están preparados.
La brecha parece ser mucho más honda: dos códigos, dos espacios de intercambio diferentes. Los “nativos” usan una tecnología digital que invade casi todas sus actividades diarias; tienen un conocimiento de la realidad resultado más de una apreciación mediatizada que de una observación directa. Mientras tanto, los “inmigrantes” se acercan a un mundo que no es en el que aprendieron a vivir y tienen que adaptarse a las reglas del nuevo juego. Continúan procurando información controlada de fuentes limitadas antes que recibirla de fuentes multimedia múltiples, que no consideran seguras. A diferencia de los “nativos”, que prefieren el procesamiento paralelo y multitarea, los “inmigrantes” eligen tareas unitarias o acotadas, usan textos antes que imágenes, sonidos y videos. “El texto es información organizada lineal, lógica y secuencial, muy distante de la información multimedia hipervinculada”. Los “nativos” procesan imágenes y sonidos más que textos, se concentran en fuentes audiovisuales, animaciones y simuladores, suelen interactuar en red, simultáneamente con otros; para ellos, “ser es, ante todo, comunicar”. Su tiempo de ocio consiste en descargar música en formatos digitales, coleccionar fotos vía internet, ver videos cortos en sitios como You Tube y al mismo tiempo chatear. Necesitan una dosis elevada de (hiper)actividad, pasan tantas horas inmersos en el entorno digital que su visión de la realidad proviene del arduo trabajo de dar significación al conjunto de fragmentos que consiguen retener durante sus intensas navegaciones en internet.
El contraste generacional reside también en los modos de procesar la información. Los “nativos” se han formado en la no linealidad, asumen con facilidad los guiones lúdicos multimedia y los juegos interactivos. Estas experiencias exigen un nivel de percepción de milésimas de segundo y aprender a tomar decisiones todo el tiempo muy rápidamente para “ganar” o “sobrevivir”. En el mundo virtual se evidencia más la vulnerabilidad de los “inmigrantes” para conectar los nuevos contenidos y los conocimientos anteriores.
A falta de resultados concluyentes (“en definitiva la era digital acaba de comenzar”, señala Igarza), existen más presunciones que explicaciones sobre el comportamiento de los “nativos digitales”. Puede pensarse también que las consecuencias de una interacción intensiva “no puede no tener efectos sobre los procesos mentales y sobre la forma de adquirir conocimientos” (cf. Abel Grau, “Internet cambia la forma de leer… ¿y de pensar?”, en El País, 10/10/2008).
Si “el sentido más profundo de las mutaciones en curso en la edición es el reemplazo de estrategias para atender la demanda de libros (en cualquier soporte)”, ¿no implica la urgencia de investigar los comportamientos lectores de las nuevas generaciones? Esta preocupación, entre muchas otras, quedó flotando en el reciente Foro sobre la edición digital (www.foroediciondigital.com).
anaya.jess@gmail.com
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