Álvaro Cepeda Neri
Haber logrado el máximo cargo en uno de los tres poderes del Estado (considerado como una estructura de medios jurídicos que hace posible los fines políticos) ha permitido que los panistas de viejo y nuevo cuño –oportunistas e infiltrados de sectas, mafias y demás intereses de las más rancias ideologías– muestren, de cara a la Civitas Diaboli, sus ambiciones y disputas internas y externas por el uso, abuso y disfrute del poder político.
Aunque no pocos de ellos sin siquiera conocer por los forros el libro de la Civitas Dei del Obispo de Hipona, San Agustín, falsamente plantean que el camino para la salvación de sus almas cruza el umbral de la política. Y que la purifican al limpiarla de pecados y de las miserias y grandezas de la humanidad, en lugar de refugiarse en un convento (¡Oh, Max Weber!). Pasan por alto que la política es una realidad que nada tiene que ver con la metafísica: “La realidad es más pródiga que la más febril fantasía” (escribió Veit Valentin, en su magnífica Historia universal).
No es privativo de esos panistas, sino de gran parte de los “políticos”, su falta de un mínimo de cultura, incluso de una superficial información; no se diga de su estudio sistemático y metódico de las teorías políticas como raíces de las experiencias gubernamentales a través de la historia. Andan a tontas y locas por esa falta de brújula.
Y por eso es que Manuel de Jesús Espino Barrientos que, como técnico electricista debió estar mejor cambiando focos, equivocó su vocación. Primero, porque según él recibió una “llamada” en sus peregrinajes religiosos, para, en lugar de practicar una ética democrática, por ejemplo, convertirse en un “purificador” de la actividad política mexicana por medio de sermones moralistas.
Es de los neopanistas que infiltró el Yunque y otras sectas fundamentalistas, a los que otros panistas (el venerado en esas filas Carlos Castillo) bautizaron como “los meones de agua bendita”. Y no se trata de una metáfora o una simple frase u ocurrencia. Esos “meones de agua bendita” tienen las características de Espino; son, ante todo, irracionales, fanáticos, provocadores y de una incultura que raya en la barbarie. Espino se vanagloria, en su autobiografía Señal de alerta, de haber militado en el movimiento de “los bárbaros del norte”.
Este texto es un panfleto que publicó para ladrarle a Calderón y los panistas calderonistas que se han desviado –dice– del panismo ultraderechista. Y para amenazarlos, por si no rectifican, convocará a sus huestes (la foxista, la abascalista, los neocristeros, los conversos del priismo al panismo como su prologuista, Juan José Rodríguez Prats, y a su protector y financiero, Robinson-Bours) para poner las condiciones de un golpe de Estado para destituir a Calderón por traidor, pecador, y hacer lo que recomienda la política: acuerdos, transacciones y pactos para la gobernabilidad y la estabilidad.
En su libelo, Espino pone el grito en el cielo al descubrir que el creador de la política moderna y matriz del laicismo para la separación del Estado y las iglesias, Nicolás Bernardo Maquiavelo, teórico que exploró las dos formas-sistemas de gobierno –la autocracia (El Príncipe) de la que se derivan los autoritarismos y el republicanismo (Las décadas de Tito Livio o Discurso de las décadas de Tito Livio, Historia de Florencia)–, sería un autor al que recurren algunos políticos.
Siete veces cita el nombre del florentino ilustre para justificar sus perversos enjuiciamientos a Felipe de Jesús Calderón Hinojosa (al que menciona 96 ocasiones) y a Manlio Fabio Beltrones Rivera (con 93 referencias), a quienes, con su índice flamígero, acusa de mantener un diálogo (Maurice Joly, Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu).
Espino se llena de pánico y se mete debajo de la cama (¡Uy, qué miedo, ahí viene Maquiavelo!) porque se haga política pacífica por la oposición (se cambiaron los papeles) del PRD y del PRI, con la singularidad de cada uno de esos partidos. Los perredistas radicalizando su postura ante la ilegitimidad que arrastra el calderonismo, como oposición apoyada en la democracia directa. Los priistas, a sabiendas de que pueden abrir y cerrar la puerta (partido bisagra) optando por mantenerla abierta para las transacciones, donde, como toda fuerza con la sartén por el mango, busca y obtiene ventajas en el “toma y daca” para su alternativa electoral de “renovarse o morir”.
Esto le provoca delirium tremens a Espino, es decir, locura producida por alcoholismo. Espino fue recientemente encarcelado en Sonora, cogido en flagrancia, por conducir en estado de ebriedad, pues en lugar de vino para consagrar ha sido un bebedor público desde que en Ciudad Juárez fue encargado de inspeccionar los centros nocturnos y después como jefe de policía en Hermosillo.
“Los meones de agua bendita” son una mafia-secta que dirige Espino y con los cuales está dispuesto a limpiar al PAN del pecado, expulsando del partido a los calderonistas y a quienes ya exigió que se vayan y funden otro partido (La Jornada, 16 de julio de 2008). Lo más probable es que Espino y sus “meones”, ya entrados en gastos, se desgarren más las vestiduras y se muestren como lo que son: los neocristeros que están alentando la creación de un partido sinarquista (con connotados empresarios) y se constituyan como el renacimiento del extinto Partido Católico.
No toleran estos que los calderonistas no continúen los pasos del foxismo y que se deslinden de los ultraderechistas y fanáticos que andan en busca de sustituir al Estado laico por una teocracia, sucursal de El Vaticano.
El jefe de esta mafia no quiere que se mencione a Maquiavelo. Le produce harto miedo. Se hace en los pantalones del pavor. Es un timorato. Es el Coco-Maquiavelo. Metido bajo la cama hace exorcismo. Excomulga a los tres partidos. Pusilánime, en cuanto le gritan: ¡Uy!.. ahí viene Maquiavelo, Manuel Espino hace la “señal de alerta”. Se persigna y vocifera; vomita sus descalificaciones, sus amenazas y desde su púlpito suelta sus sermones destinados a los panistas: conmigo o contra mí. Con Calderón o con Espino. Con la Civitas Dei o con la Civitas Diaboli.
Y en lugar de que a Espino, Germán Martínez y Mouriño, por órdenes de Calderón, le den asilo o lo tengan cerca, conforme la política de “más vale cerca que lejos” (de cuando Napoleón atraía a Fouché y demás) deben enviarlo a un convento.
Haber logrado el máximo cargo en uno de los tres poderes del Estado (considerado como una estructura de medios jurídicos que hace posible los fines políticos) ha permitido que los panistas de viejo y nuevo cuño –oportunistas e infiltrados de sectas, mafias y demás intereses de las más rancias ideologías– muestren, de cara a la Civitas Diaboli, sus ambiciones y disputas internas y externas por el uso, abuso y disfrute del poder político.
Aunque no pocos de ellos sin siquiera conocer por los forros el libro de la Civitas Dei del Obispo de Hipona, San Agustín, falsamente plantean que el camino para la salvación de sus almas cruza el umbral de la política. Y que la purifican al limpiarla de pecados y de las miserias y grandezas de la humanidad, en lugar de refugiarse en un convento (¡Oh, Max Weber!). Pasan por alto que la política es una realidad que nada tiene que ver con la metafísica: “La realidad es más pródiga que la más febril fantasía” (escribió Veit Valentin, en su magnífica Historia universal).
No es privativo de esos panistas, sino de gran parte de los “políticos”, su falta de un mínimo de cultura, incluso de una superficial información; no se diga de su estudio sistemático y metódico de las teorías políticas como raíces de las experiencias gubernamentales a través de la historia. Andan a tontas y locas por esa falta de brújula.
Y por eso es que Manuel de Jesús Espino Barrientos que, como técnico electricista debió estar mejor cambiando focos, equivocó su vocación. Primero, porque según él recibió una “llamada” en sus peregrinajes religiosos, para, en lugar de practicar una ética democrática, por ejemplo, convertirse en un “purificador” de la actividad política mexicana por medio de sermones moralistas.
Es de los neopanistas que infiltró el Yunque y otras sectas fundamentalistas, a los que otros panistas (el venerado en esas filas Carlos Castillo) bautizaron como “los meones de agua bendita”. Y no se trata de una metáfora o una simple frase u ocurrencia. Esos “meones de agua bendita” tienen las características de Espino; son, ante todo, irracionales, fanáticos, provocadores y de una incultura que raya en la barbarie. Espino se vanagloria, en su autobiografía Señal de alerta, de haber militado en el movimiento de “los bárbaros del norte”.
Este texto es un panfleto que publicó para ladrarle a Calderón y los panistas calderonistas que se han desviado –dice– del panismo ultraderechista. Y para amenazarlos, por si no rectifican, convocará a sus huestes (la foxista, la abascalista, los neocristeros, los conversos del priismo al panismo como su prologuista, Juan José Rodríguez Prats, y a su protector y financiero, Robinson-Bours) para poner las condiciones de un golpe de Estado para destituir a Calderón por traidor, pecador, y hacer lo que recomienda la política: acuerdos, transacciones y pactos para la gobernabilidad y la estabilidad.
En su libelo, Espino pone el grito en el cielo al descubrir que el creador de la política moderna y matriz del laicismo para la separación del Estado y las iglesias, Nicolás Bernardo Maquiavelo, teórico que exploró las dos formas-sistemas de gobierno –la autocracia (El Príncipe) de la que se derivan los autoritarismos y el republicanismo (Las décadas de Tito Livio o Discurso de las décadas de Tito Livio, Historia de Florencia)–, sería un autor al que recurren algunos políticos.
Siete veces cita el nombre del florentino ilustre para justificar sus perversos enjuiciamientos a Felipe de Jesús Calderón Hinojosa (al que menciona 96 ocasiones) y a Manlio Fabio Beltrones Rivera (con 93 referencias), a quienes, con su índice flamígero, acusa de mantener un diálogo (Maurice Joly, Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu).
Espino se llena de pánico y se mete debajo de la cama (¡Uy, qué miedo, ahí viene Maquiavelo!) porque se haga política pacífica por la oposición (se cambiaron los papeles) del PRD y del PRI, con la singularidad de cada uno de esos partidos. Los perredistas radicalizando su postura ante la ilegitimidad que arrastra el calderonismo, como oposición apoyada en la democracia directa. Los priistas, a sabiendas de que pueden abrir y cerrar la puerta (partido bisagra) optando por mantenerla abierta para las transacciones, donde, como toda fuerza con la sartén por el mango, busca y obtiene ventajas en el “toma y daca” para su alternativa electoral de “renovarse o morir”.
Esto le provoca delirium tremens a Espino, es decir, locura producida por alcoholismo. Espino fue recientemente encarcelado en Sonora, cogido en flagrancia, por conducir en estado de ebriedad, pues en lugar de vino para consagrar ha sido un bebedor público desde que en Ciudad Juárez fue encargado de inspeccionar los centros nocturnos y después como jefe de policía en Hermosillo.
“Los meones de agua bendita” son una mafia-secta que dirige Espino y con los cuales está dispuesto a limpiar al PAN del pecado, expulsando del partido a los calderonistas y a quienes ya exigió que se vayan y funden otro partido (La Jornada, 16 de julio de 2008). Lo más probable es que Espino y sus “meones”, ya entrados en gastos, se desgarren más las vestiduras y se muestren como lo que son: los neocristeros que están alentando la creación de un partido sinarquista (con connotados empresarios) y se constituyan como el renacimiento del extinto Partido Católico.
No toleran estos que los calderonistas no continúen los pasos del foxismo y que se deslinden de los ultraderechistas y fanáticos que andan en busca de sustituir al Estado laico por una teocracia, sucursal de El Vaticano.
El jefe de esta mafia no quiere que se mencione a Maquiavelo. Le produce harto miedo. Se hace en los pantalones del pavor. Es un timorato. Es el Coco-Maquiavelo. Metido bajo la cama hace exorcismo. Excomulga a los tres partidos. Pusilánime, en cuanto le gritan: ¡Uy!.. ahí viene Maquiavelo, Manuel Espino hace la “señal de alerta”. Se persigna y vocifera; vomita sus descalificaciones, sus amenazas y desde su púlpito suelta sus sermones destinados a los panistas: conmigo o contra mí. Con Calderón o con Espino. Con la Civitas Dei o con la Civitas Diaboli.
Y en lugar de que a Espino, Germán Martínez y Mouriño, por órdenes de Calderón, le den asilo o lo tengan cerca, conforme la política de “más vale cerca que lejos” (de cuando Napoleón atraía a Fouché y demás) deben enviarlo a un convento.
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