Gerardo Monroy
Link de la nota
Sólo dos líderes rusos de los últimos tiempos son estimados sin melindres por los medios de comunicación occidentales: el bien portado Mijail Gorbachov y el bebedor social Boris Yeltsin. Se les galardonó con flores, canciones, homenajes, artículos elogiosos en revistas, grados honoris causa... ¡hasta con un premio Nobel! Ambos se encargaron de desmantelar la Unión Soviética; ¿cómo no iban a adorarlos en Europa y América? Por el contrario, las referencias acerca de Vladimir Putin, sucesor de Yeltsin en la presidencia de Rusia y actual primer ministro del país, bosquejan a un individuo hermético, sorpresivo y por ello nada confiable, decepcionante porque no es el demócrata con quien el mundo civilizado anhelaría hacer tratos, sino otro autócrata absoluto en la fila de déspotas orientales que va de Iván IV Vassilievich a Iosif Vissarianovich Djugashvili.
En fecha tan temprana como 1992, la población de Osetia del Sur manifestó en un referendo su ánimo de independizarse de Georgia pero ésta, de la cual formalmente Osetia del Sur sigue siendo parte, se niega a reconocerla como una entidad distinta. A lo largo de 16 años y medio, entre Georgia y Osetia se han sucedido conflictos armados, reconciliaciones forzadas, intentos de diálogo; la tensión entre ambas repúblicas no ha podido ser aligerada de manera permanente. Tras la cumbre de abril del año en curso, la OTAN se mostró conforme con la eventual admisión de Ucrania y Georgia dentro de su coalición; de sumarse las dos ex-repúblicas soviéticas a la OTAN, la seguridad nacional de Rusia quedaría en riesgo, por lo que Putin empezó a acercarse a los independentistas de Osetia del Sur y de Abjasia. La noche del 7 de agosto, el ejército georgiano se introduce por tierra y aire en Tsjinvali, capital oseta. Rusia y Osetia responden al ataque. Al día 15 se estimaban decenas de rusos muertos, cientos de georgianos y mucho más de mil osetas.
Tsjinvali ha sido devastada; y no obstante haber sido el pueblo oseta el peor afectado en esta intensa guerra de diez días, Occidente, a través de su radio, a través de su prensa y su televisión, pretende engañarse a sí mismo haciéndonos creer que el enorme Goliat, el oso ruso, emprendió una inmoral y desmedida agresión contra el indefenso David georgiano. Los nombres de Rusia y Georgia ensombrecen la castigada figura de Osetia. Tal vez por eso tú también, lector hipócrita a pesar de ti mismo, crees y dices y repites los viejos clichés anti-rusos: que en el país gigante nunca dejaron de mandar los zares; que Stalin era un zar; que Stalin le da al mundo lo mismo que da Hitler. A partir de semejantes premisas irracionales, el subsecuente paso irracional es afirmar que los líderes rusos de hoy día, Putin y el presidente Dmitri Medvedev, son zares, son Stalin y son Hitler.
Detalles no muy importantes
Este paso ha sido dado por Robert Kagan, ex-analista de asuntos internacionales para el ex-presidente de Estados Unidos Ronald Reagan. Kagan publicó el lunes 11 de agosto en su columna del Washington Post un artículo ("Putin makes his move") que comienza con esta sorprendente declaración: "Los detalles de quién provocó que se adelantara la guerra de Rusia contra Georgia no son muy importantes. ¿Recuerda usted los detalles precisos de la Crisis de los Sudetes, antes de la Segunda Guerra Mundial, que causó la invasión a Checoslovaquia por parte de la Alemania nazi? Por supuesto que no, porque esos dilemas morales se recuerdan como una tragedia pequeña dentro de un drama mayor". Estoy citando la versión en castellano del artículo ("Putin hace su jugada") aparecida el 13 del mismo mes en el periódico mexicano Excélsior.
Para Kagan —un pensador cuyo ascendiente ha reconocido John McCain, candidato republicano a la presidencia norteamericana—, los antecedentes del conflicto caucásico no son relevantes. Equipara a la Rusia de hoy con la Alemania de ayer; si los lectores de Excélsior y del Washington Post no experimentan ningún sobresalto, se debe a que un sinfín de periodistas e historiadores nos han ido preparando durante las últimas décadas para asimilar sin resistencia las comparaciones entre el socialismo ruso y el fascismo alemán.
"La Rusia 'federal' de Putin ha sido zarista y soviética, es decir, totalmente contraria a la aparición independiente de las repúblicas ex-soviéticas", escribe en El Universal el martes 12 ("Georgia, un nuevo volcán para Putin") el profesor de la UNAM Juan María Alponte. Para Alponte, la política de George Bush II en el Cáucaso es "de contención" ("Sarkozy y la ONU buscan la paz en Georgia", El Universal, 15 de agosto), "toda la política exterior de Putin ha consistido en someter las ex-repúblicas separadas al centralismo de Moscú" ("Rusia: la explosión de las ex-'repúblicas'", 1 de agosto) y otra vez: "Moscú impone la doctrina de los zares y la de la ex-URSS" ("Georgia, un nuevo volcán..."). En el número 387 (17 de agosto) del semanario Vértigo ("Georgia: otra vez ante los imperios"), Alponte repite "que Stalin, Lenin y Putin no aceptaron nunca la modificación de las fronteras históricas del Imperio Zarista como fronteras de la nación".
Pese a ostentarse como historiador, Alponte no explica que, en el siglo XIX, osetas y georgianos se sometieron al imperio ruso buscando protegerse del imperio turco. Además, la reiterada comparación entre Putin y los bolcheviques es extravagante, pues las fronteras que defiende Alponte cuando critica a Putin fueron trazadas por ¡Stalin! A Alponte no le interesa ni el Lenin ni el Stalin de la realidad; para él Lenin y Stalin no son personas, sino fetiches de los que se sirve para avalar la política de Bush II contra Rusia; "de contención", sí, por supuesto. Hay que hablar mal de Rusia hasta cuando el tema no es Rusia; consúltese "La dura cuesta hasta los votos de noviembre" (Vértigo 390, 7 de septiembre), donde el invariable Alponte arremete contra Putin en un artículo destinado en principio a analizar la contienda presidencial estadunidense.
Ciego con el presente como con el pasado, Alponte no dice que la Georgia davidiana enfrentada al Goliat ruso tiene detrás de ella otro Goliat mayor que es su sostén. Las armas norteamericanas apuntalan a Georgia. Los medios de comunicación minimizan u omiten la participación de Estados Unidos en el conflicto, la asimilan a la "ayuda humanitaria" que Bush jura que enviará al Cáucaso y aun llegan a apoyar a Norteamérica como "fuerza estabilizadora". Los mandos militares georgianos han sido instruidos por efectivos estadunidenses, pero este "detalle" (Kagan dixit) "no es muy importante". Georgia destina 70% de su presupuesto a comprar armamento y, después de Estados Unidos y Gran Bretaña, es la nación que más tropas ha enviado a Irak: otro "detalle no muy importante". Tampoco parece "importante" que Mijail Saajashvili —el presidente georgiano— haya violado la tregua que tradicionalmente supone la celebración de los juegos olímpicos para, con Medvedev y Putin en Beijing, ordenar el ataque contra Tsjinvali.
El 14 de agosto, Ralph Peters, teniente coronel del Ejército de Estados Unidos, publicó en su columna del New York Post un texto ("A Czar is born") donde, después de insultar al pueblo ruso con juegos de palabras ("the Russians are alcohol-sodden bar barians"), vuelve a la amañada comparación entre la dirigencia rusa actual y la del pasado: "ni un solo líder del mundo libre que se desempeñe hoy en el cargo puede medirse con el zar Vladimir el Grande", "Sarko creyó ejercer un gran prestigio como estadista, pero Putin no lo vio más que como un 'tonto útil' (en jerga leninista)". Sarko es el apodo con que Peters desprecia a Nicolas Sarkozy, presidente de Francia y mediador en el conflicto. El zar Vladimir es, obviamente, Putin: un zar leninista; al fin y al cabo, ¿qué tanto vale la congruencia histórica? En público, de acuerdo con un reporte de Daniel Luban, Peters ha comparado a Putin no sólo con Stalin sino con Hitler: "nos enfrentamos al resurgimiento de una gran potencia con ambiciones imperialistas megalomaníacas, dirigida por el líder más eficaz del mundo actual. Encuentro una terrible reminiscencia con los años 30" ("Neoconservadores de EEUU comparan a Putin con Hitler", portal electrónico Inter Press Service, 14 de agosto).
Un cada día más vergonzoso Carlos Fuentes escribe en el periódico argentino La Nación (6 de septiembre): "Putin llegó con la clara intención de restaurar el poder de la Gran Moscovia. Él es heredero de Iván el Terrible, de Pedro el Grande y del terrible, aunque no grande, Stalin". Es sin duda sombrío que quien fuera un gran novelista repita falsedades sin imaginación, pero en esta muerte decidió Carlos Fuentes que desembocara su vejez.
Osetia en la tele gringa
Shepard Smith, conductor del noticiario Fox News en Estados Unidos, entrevistó el 13 de agosto a dos norteamericanas de ascendencia oseta: Amanda Kokoeva, de 12 años, y su tía Laura Tedeeva-Korewiski, quienes se encontraban visitando a sus parientes en Osetia del Sur cuando comenzaron los bombardeos. La entrevista discurre amablemente hasta que la niña les da las gracias a los soldados rusos que la rescataron y recuerda que los ataques contra los civiles provenían de Georgia. La tía menciona el nombre del culpable de la guerra: Mijail Saajashvili. Smith interrumpe a la mujer y anuncia un corte comercial. Laura suspira: "sé que no quieres escuchar esto..." Al volver del corte, Laura intenta desarrollar su juicio: no el pueblo de Georgia, sino el presidente Saajashvili es el culpable. "Debe de renunciar", dice. Smith la interrumpe por última vez: "eso es lo que quisieran los rusos". La entrevista finaliza. No duró más de tres minutos.
Link de la nota
Sólo dos líderes rusos de los últimos tiempos son estimados sin melindres por los medios de comunicación occidentales: el bien portado Mijail Gorbachov y el bebedor social Boris Yeltsin. Se les galardonó con flores, canciones, homenajes, artículos elogiosos en revistas, grados honoris causa... ¡hasta con un premio Nobel! Ambos se encargaron de desmantelar la Unión Soviética; ¿cómo no iban a adorarlos en Europa y América? Por el contrario, las referencias acerca de Vladimir Putin, sucesor de Yeltsin en la presidencia de Rusia y actual primer ministro del país, bosquejan a un individuo hermético, sorpresivo y por ello nada confiable, decepcionante porque no es el demócrata con quien el mundo civilizado anhelaría hacer tratos, sino otro autócrata absoluto en la fila de déspotas orientales que va de Iván IV Vassilievich a Iosif Vissarianovich Djugashvili.
En fecha tan temprana como 1992, la población de Osetia del Sur manifestó en un referendo su ánimo de independizarse de Georgia pero ésta, de la cual formalmente Osetia del Sur sigue siendo parte, se niega a reconocerla como una entidad distinta. A lo largo de 16 años y medio, entre Georgia y Osetia se han sucedido conflictos armados, reconciliaciones forzadas, intentos de diálogo; la tensión entre ambas repúblicas no ha podido ser aligerada de manera permanente. Tras la cumbre de abril del año en curso, la OTAN se mostró conforme con la eventual admisión de Ucrania y Georgia dentro de su coalición; de sumarse las dos ex-repúblicas soviéticas a la OTAN, la seguridad nacional de Rusia quedaría en riesgo, por lo que Putin empezó a acercarse a los independentistas de Osetia del Sur y de Abjasia. La noche del 7 de agosto, el ejército georgiano se introduce por tierra y aire en Tsjinvali, capital oseta. Rusia y Osetia responden al ataque. Al día 15 se estimaban decenas de rusos muertos, cientos de georgianos y mucho más de mil osetas.
Tsjinvali ha sido devastada; y no obstante haber sido el pueblo oseta el peor afectado en esta intensa guerra de diez días, Occidente, a través de su radio, a través de su prensa y su televisión, pretende engañarse a sí mismo haciéndonos creer que el enorme Goliat, el oso ruso, emprendió una inmoral y desmedida agresión contra el indefenso David georgiano. Los nombres de Rusia y Georgia ensombrecen la castigada figura de Osetia. Tal vez por eso tú también, lector hipócrita a pesar de ti mismo, crees y dices y repites los viejos clichés anti-rusos: que en el país gigante nunca dejaron de mandar los zares; que Stalin era un zar; que Stalin le da al mundo lo mismo que da Hitler. A partir de semejantes premisas irracionales, el subsecuente paso irracional es afirmar que los líderes rusos de hoy día, Putin y el presidente Dmitri Medvedev, son zares, son Stalin y son Hitler.
Detalles no muy importantes
Este paso ha sido dado por Robert Kagan, ex-analista de asuntos internacionales para el ex-presidente de Estados Unidos Ronald Reagan. Kagan publicó el lunes 11 de agosto en su columna del Washington Post un artículo ("Putin makes his move") que comienza con esta sorprendente declaración: "Los detalles de quién provocó que se adelantara la guerra de Rusia contra Georgia no son muy importantes. ¿Recuerda usted los detalles precisos de la Crisis de los Sudetes, antes de la Segunda Guerra Mundial, que causó la invasión a Checoslovaquia por parte de la Alemania nazi? Por supuesto que no, porque esos dilemas morales se recuerdan como una tragedia pequeña dentro de un drama mayor". Estoy citando la versión en castellano del artículo ("Putin hace su jugada") aparecida el 13 del mismo mes en el periódico mexicano Excélsior.
Para Kagan —un pensador cuyo ascendiente ha reconocido John McCain, candidato republicano a la presidencia norteamericana—, los antecedentes del conflicto caucásico no son relevantes. Equipara a la Rusia de hoy con la Alemania de ayer; si los lectores de Excélsior y del Washington Post no experimentan ningún sobresalto, se debe a que un sinfín de periodistas e historiadores nos han ido preparando durante las últimas décadas para asimilar sin resistencia las comparaciones entre el socialismo ruso y el fascismo alemán.
"La Rusia 'federal' de Putin ha sido zarista y soviética, es decir, totalmente contraria a la aparición independiente de las repúblicas ex-soviéticas", escribe en El Universal el martes 12 ("Georgia, un nuevo volcán para Putin") el profesor de la UNAM Juan María Alponte. Para Alponte, la política de George Bush II en el Cáucaso es "de contención" ("Sarkozy y la ONU buscan la paz en Georgia", El Universal, 15 de agosto), "toda la política exterior de Putin ha consistido en someter las ex-repúblicas separadas al centralismo de Moscú" ("Rusia: la explosión de las ex-'repúblicas'", 1 de agosto) y otra vez: "Moscú impone la doctrina de los zares y la de la ex-URSS" ("Georgia, un nuevo volcán..."). En el número 387 (17 de agosto) del semanario Vértigo ("Georgia: otra vez ante los imperios"), Alponte repite "que Stalin, Lenin y Putin no aceptaron nunca la modificación de las fronteras históricas del Imperio Zarista como fronteras de la nación".
Pese a ostentarse como historiador, Alponte no explica que, en el siglo XIX, osetas y georgianos se sometieron al imperio ruso buscando protegerse del imperio turco. Además, la reiterada comparación entre Putin y los bolcheviques es extravagante, pues las fronteras que defiende Alponte cuando critica a Putin fueron trazadas por ¡Stalin! A Alponte no le interesa ni el Lenin ni el Stalin de la realidad; para él Lenin y Stalin no son personas, sino fetiches de los que se sirve para avalar la política de Bush II contra Rusia; "de contención", sí, por supuesto. Hay que hablar mal de Rusia hasta cuando el tema no es Rusia; consúltese "La dura cuesta hasta los votos de noviembre" (Vértigo 390, 7 de septiembre), donde el invariable Alponte arremete contra Putin en un artículo destinado en principio a analizar la contienda presidencial estadunidense.
Ciego con el presente como con el pasado, Alponte no dice que la Georgia davidiana enfrentada al Goliat ruso tiene detrás de ella otro Goliat mayor que es su sostén. Las armas norteamericanas apuntalan a Georgia. Los medios de comunicación minimizan u omiten la participación de Estados Unidos en el conflicto, la asimilan a la "ayuda humanitaria" que Bush jura que enviará al Cáucaso y aun llegan a apoyar a Norteamérica como "fuerza estabilizadora". Los mandos militares georgianos han sido instruidos por efectivos estadunidenses, pero este "detalle" (Kagan dixit) "no es muy importante". Georgia destina 70% de su presupuesto a comprar armamento y, después de Estados Unidos y Gran Bretaña, es la nación que más tropas ha enviado a Irak: otro "detalle no muy importante". Tampoco parece "importante" que Mijail Saajashvili —el presidente georgiano— haya violado la tregua que tradicionalmente supone la celebración de los juegos olímpicos para, con Medvedev y Putin en Beijing, ordenar el ataque contra Tsjinvali.
El 14 de agosto, Ralph Peters, teniente coronel del Ejército de Estados Unidos, publicó en su columna del New York Post un texto ("A Czar is born") donde, después de insultar al pueblo ruso con juegos de palabras ("the Russians are alcohol-sodden bar barians"), vuelve a la amañada comparación entre la dirigencia rusa actual y la del pasado: "ni un solo líder del mundo libre que se desempeñe hoy en el cargo puede medirse con el zar Vladimir el Grande", "Sarko creyó ejercer un gran prestigio como estadista, pero Putin no lo vio más que como un 'tonto útil' (en jerga leninista)". Sarko es el apodo con que Peters desprecia a Nicolas Sarkozy, presidente de Francia y mediador en el conflicto. El zar Vladimir es, obviamente, Putin: un zar leninista; al fin y al cabo, ¿qué tanto vale la congruencia histórica? En público, de acuerdo con un reporte de Daniel Luban, Peters ha comparado a Putin no sólo con Stalin sino con Hitler: "nos enfrentamos al resurgimiento de una gran potencia con ambiciones imperialistas megalomaníacas, dirigida por el líder más eficaz del mundo actual. Encuentro una terrible reminiscencia con los años 30" ("Neoconservadores de EEUU comparan a Putin con Hitler", portal electrónico Inter Press Service, 14 de agosto).
Un cada día más vergonzoso Carlos Fuentes escribe en el periódico argentino La Nación (6 de septiembre): "Putin llegó con la clara intención de restaurar el poder de la Gran Moscovia. Él es heredero de Iván el Terrible, de Pedro el Grande y del terrible, aunque no grande, Stalin". Es sin duda sombrío que quien fuera un gran novelista repita falsedades sin imaginación, pero en esta muerte decidió Carlos Fuentes que desembocara su vejez.
Osetia en la tele gringa
Shepard Smith, conductor del noticiario Fox News en Estados Unidos, entrevistó el 13 de agosto a dos norteamericanas de ascendencia oseta: Amanda Kokoeva, de 12 años, y su tía Laura Tedeeva-Korewiski, quienes se encontraban visitando a sus parientes en Osetia del Sur cuando comenzaron los bombardeos. La entrevista discurre amablemente hasta que la niña les da las gracias a los soldados rusos que la rescataron y recuerda que los ataques contra los civiles provenían de Georgia. La tía menciona el nombre del culpable de la guerra: Mijail Saajashvili. Smith interrumpe a la mujer y anuncia un corte comercial. Laura suspira: "sé que no quieres escuchar esto..." Al volver del corte, Laura intenta desarrollar su juicio: no el pueblo de Georgia, sino el presidente Saajashvili es el culpable. "Debe de renunciar", dice. Smith la interrumpe por última vez: "eso es lo que quisieran los rusos". La entrevista finaliza. No duró más de tres minutos.
Comentarios