Las opiniones vertidas por diversos analistas, legisladores y funcionarios públicos con respecto del histórico nivel del gasto aprobado en el Presupuesto de Egresos de la Federación para 2008 me hicieron recordar este viejo refrán que mi abuelo me enseñó y con el cual titulo esta columna.
La razón es que no hay nada más absurdo que comparar, como lo hizo Agustín Carstens para vanagloriarse, el nivel del gasto público de 1988 con el de 2008.
Hay que recordar que en 1988 México apenas iba a iniciar esa desastrosa época conocida como “el salinato” y que terminó en una de las peores crisis económicas y sociales en la historia del país.
Sin embargo, en ese entonces todavía no teníamos que pagar los altísimos costos presupuestarios de una mal lograda reforma del IMSS ni tampoco destinar recursos millonarios para el pago del Fobaproa ni siquiera los funcionarios públicos se imaginaban que algún día nuestras finanzas tendrían que enfrentar pagos de Pidiregas por 80 mil millones de pesos en sólo un año.
Tampoco imaginaban que los directores generales, subsecretarios y secretarios de las dependencias del gobierno recibirían salarios mensuales de aproximadamente 150 mil pesos y que además iban a contar con seguros médicos privados, o seguros de separación, gastos de alimentación, vales de gasolina, despensas… ya que esos privilegios eran sólo para los diputados y senadores del partido oficial.
Lo recuerdo muy bien, porque en ese año yo me estrenaba como un “flamante asesor” del “señor secretario de Relaciones Exteriores” y mi sueldo no era superior a los 6 mil pesos mensuales.
Lo que francamente no recuerdo, al menos en ese año, es al doctor Pedro Aspe, entonces secretario de Hacienda, hablando de altas comisiones bancarias, de monopolio en las telecomunicaciones, de la desaparición del mercado interno, de polarización de la sociedad, de la existencia de más de 40 millones de pobres, de tener que importar gasolina o de la crisis en el campo ante la apertura del TLC. En suma, del desmantelamiento del Estado y sus funciones sociales más básicas.
Y lo digo no porque las cosas fueran “más mejores” o “menos peores”, sino porque los problemas económicos eran de otra índole: eran “macroeconómicos”. Pero eso sí: los que los pagaban eran los mismos.
Así, si en el Presupuesto de Gasto aprobado a la inversión pública directa le descontamos los pagos de Pidiregas, tenemos que dicha inversión sólo representará 10 por ciento del gasto total; de igual forma vemos que los recursos destinados al Fobaproa-IPAB son superiores a lo destinado en conjunto al Procampo y al Programa de Alianza para el Campo, cuyas asignaciones representan tan sólo el 0.01 por ciento del gasto total aprobado.
De igual manera nos podemos dar cuenta, que los mil 600 millones de pesos destinados para apoyar a más de millón de personas damnificadas en Tabasco, representan sólo 0.13 por ciento del costo total del rescate bancario, que sirvió para salvar a seis banqueros.
Conviene señalar también que el gasto corriente del gobierno será el más alto desde 1988, y los 713 mil millones de pesos que se pagarán por concepto de sueldos y salarios de la burocracia y que representan el 37 por ciento de ese “histórico gasto programable” tampoco tienen precedente en el país.
Por eso, todos los mexicanos que contribuimos con nuestros impuestos a ese “histórico” presupuesto de gasto debemos exigir y estar muy pendientes, a ver si así se terminan los históricos problemas económicos con los que hemos vivido, ya que de lo contrario todo habrá sido, nuevamente, una gran mentira.
*Secretario de la hacienda pública del gobierno legítimo
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